Cuando la persona está sana, puede conducir su vida como desee, en cualquier ámbito: individual, emocional, social y espiritual. Estar sano significa tener objetivos. Estar enfermo, que la persona pierde la libertad de buscar tales objetivos. También consideramos que estar sano es un estado de equilibrio entre el cuerpo, la mente y el espíritu, un estado natural de ser uno mismo. Cada uno de nosotros es único y también lo es nuestro estado de equilibrio. No existe ninguna "Receta de salud" apropiada para todo el mundo. Este equilibrio es como el de un gimnasta que camina por la barra: activo y fluido. Se requieren pequeños ajustes continuos, desplazar el cuerpo en un sentido o en otro, balanceándose continuamente para mantenerlo. Una ráfaga de aire imprevista puede perturbar este equilibrio y uno se tambalea durante unos momentos, hasta que las facultades curativas naturales lo recuperan. Quizás se ha estado caminando "Demasiado cerca del borde". Cuanto más rígida e inflexible sea una persona, más probabilidades tendrá de caerse.
No existe un estado de salud monolítico, comparable al de enfermedad. Nuestros cuerpos se reajustan permanentemente a circunstancias que cambian. Nadie escapa por completo a la enfermedad, a la sensación de pérdida, a la pena y a la preocupación. Tratamos con "los dardos y las trabas de la caprichosa fortuna" lo mejor que podemos. Nuestros cuerpos disponen de formidables capacidades curativas innatas que, a menudo, despreciamos en favor de la ayuda que nos ofrece la consulta médica. A veces, también necesitamos ayuda externa en forma de tratamientos para potenciar nuestro proceso curativo natural y para recuperar el equilibrio.
El estado de desequilibrio puede dividirse en la enfermedad y dolencia. La enfermedad es un proceso patológico constatable. La dolencia es una experiencia subjetiva, la sensación de que algo no anda bien. La dolencia la sufre el cuerpo, pero afecta a todos los aspectos de nuestra vida: a nuestro trabajo, a las relaciones con los demás y a cómo nos sentimos con nosotros mismos. Podemos sentirnos enfermos sin ningún motivo aparente; en esos casos, aunque el médico no encuentre nada, aunque no haya enfermedad, la sensación de malestar sigue siendo muy real.
La medicina moderna tiende a tratar toda dolencia como una enfermedad. Desde el punto de vista de la curación, la enfermedad es una clase de dolencia especial que requiere tratamiento médico profesional. La enfermedad llega cuando la persona ha perdido el equilibrio y necesita ayuda externa pata recuperarlo. La enfermedad no se cura sin poner en acción nuestros propios poderes curativos.
La mayor parte de las dolencias se autolimitan, ciertas investigaciones sitúan la cifra en un 80 por ciento, es decir, la persona se cura a si misma tanto si hay intervención médica como si no.
En muchos de los casos restantes, el tratamiento médico tendrá éxito (a menudo, espectacular). Sin embargo, en casos, un diagnóstico erróneo, un tratamiento inadecuado, los efectos secundarios perjudiciales de algún fármaco o las complicaciones posquirúrgicas pueden derivar en problemas yatrogénicos, es decir, causados por la intervención médica, en algunos pacientes.
(JOSEPH O´CONNOR).